Bulletin Cover 20240707
Friday, July 5, 2024

Gospel Meditation: 14th Sunday in Ordinary Time
Recently I watched a bunch of YouTube videos on how to optimize willpower in the face of weakness. The message was: do not accept your weakness. Crush it. Dominate it. In one video, however, at the end of a rant by a willpower coach, the muscular stoic admitted, “You’ll never actually get what you want, no matter how hard you try.” Amazingly, he admitted that willpower alone is not sufficient for us weak-willed humans.
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Recently I watched a bunch of YouTube videos on how to optimize willpower in the face of weakness. The message was: do not accept your weakness. Crush it. Dominate it. In one video, however, at the end of a rant by a willpower coach, the muscular stoic admitted, “You’ll never actually get what you want, no matter how hard you try.” Amazingly, he admitted that willpower alone is not sufficient for us weak-willed humans.
- What does God want us to do with our weaknesses, if crushing them with willpower won’t work?
- For example, what should I do with my tendency to arrogance and self-isolation?
- Or my procrastination?
- Or my intellectual and physical limitations?
- Or my selfishness?
The counter-intuitive answer is clear in this week’s words from St Paul, “I will rather boast most gladly of my weaknesses in order that the power of Christ may dwell in me (2 Cor. 12:9).”
Boast of our weaknesses?
Paul isn’t promoting weak-mindedness or laziness.
Rather, he perceives that Jesus loves us not despite our
weaknesses but because of them. Boasting of our
weakness means claiming human will is not all we have.
It means turning to God whenever we feel weak,
which let’s face it is almost all the time. When we do, we
learn to love our weaknesses, because it’s there that we
meet the strength of Christ. This week, I challenge us to
find ways to boast not in willpower but in weakness.
— Father John Muir
Meditación del Evangelio: 14º Domingo del Tiempo Ordinario
Todos, en algún momento de nuestra vida, somos testarudos y obstinados, nos encaprichamos en nuestras ideas y nada ni nadie nos hace cambiar de opinión. Nos volvemos irrazonables y no escuchamos consejo alguno. Creemos que el mundo está a nuestros pies y que lo podemos controlar todo. Sin embargo, no es así. Lo podemos ver en la primera lectura de hoy.
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Todos, en algún momento de nuestra vida, somos testarudos y obstinados, nos encaprichamos en nuestras ideas y nada ni nadie nos hace cambiar de opinión. Nos volvemos irrazonables y no escuchamos consejo alguno. Creemos que el mundo está a nuestros pies y que lo podemos controlar todo. Sin embargo, no es así. Lo podemos ver en la primera lectura de hoy.
El pueblo israelita era rebelde e infiel a sus creencias. Por eso Dios dijo al profeta lo siguiente: “Te envío donde esa raza de cabezas duras y de corazones obstinados para que les digas: ¡Esta es lapalabra de Yavé…!” (Ezequiel 2:4).
- ¿Me he rebelado contra Dios?
- ¿Soy obstinado en mis ideas?
El mundo, la sociedad y todos nosotros necesitamos la misericordia de Dios para ser mejores, para que el corazón obstinado y rebelde se abra a la gracia de Dios tan necesaria en nuestra vida. El poder de Dios se manifiesta en nuestra debilidad. Eso es precisamente lo que el Evangelio de hoy nos manifiesta. Aparentemente, los que escuchaban a Jesús en la sinagoga no lo creían capaz de ser sabio y mucho menos ser el Hijo de Dios.
Por eso se preguntaban atónitos: “¿De dónde le viene todo esto? ¿Y qué pensar de la sabiduría que ha recibido, con esos milagros que salen de sus manos?” (Marcos 5:2).
Cómo era posible que un perfecto desconocido hablara con sabiduría e hiciera milagros como Dios. Además, era hijo de María y de un carpintero insignificante.
¿Cuál es la enseñanza de Jesús para nosotros hoy?
No olvidemos, con su gracia nos basta.